Érase una vez un gato que soñaba que era un escritor. Observaba curioso los movimientos de la mano que sostenía aquel extraño cilindro puntiagudo y que trazaba aquellos pequeños garabatos sobre un papel.
El animalito, sentía una irrefrenable curiosidad, cuando un tiempo después, veía a su dueño, mirar atento, aquello que el cilindro puntiagudo había dibujado y más aún cuando le oía balbucear sonidos que llamaban la atención de aquel niño que le escuchaba atentamente.
Hay magia en esos garabatos —se decía, incapaz de comprender del todo.
Impaciente, arañaba la repisa de la ventana y restregaba su cara y sus bigotes en un borde de la misma, mientras se preguntaba como aquel que a veces, le daba comida, podía permanecer tanto tiempo, garabateando papeles, sin cansarse.
Se dijo así mismo que quizás, en una de sus siete vidas, podría llegar a tener uno de esos cilindros y aprender garabatos. Lamentablemente, nuestro felino amigo, tampoco sabía contar y, por lo tanto, ignoraba que la que estaba transcurriendo, era su séptima vida.
Días después, el dueño, cerró su cuaderno tras escribir el último relato. En las tapas se podía leer:
El animalito, sentía una irrefrenable curiosidad, cuando un tiempo después, veía a su dueño, mirar atento, aquello que el cilindro puntiagudo había dibujado y más aún cuando le oía balbucear sonidos que llamaban la atención de aquel niño que le escuchaba atentamente.
Hay magia en esos garabatos —se decía, incapaz de comprender del todo.
Impaciente, arañaba la repisa de la ventana y restregaba su cara y sus bigotes en un borde de la misma, mientras se preguntaba como aquel que a veces, le daba comida, podía permanecer tanto tiempo, garabateando papeles, sin cansarse.
Se dijo así mismo que quizás, en una de sus siete vidas, podría llegar a tener uno de esos cilindros y aprender garabatos. Lamentablemente, nuestro felino amigo, tampoco sabía contar y, por lo tanto, ignoraba que la que estaba transcurriendo, era su séptima vida.
Días después, el dueño, cerró su cuaderno tras escribir el último relato. En las tapas se podía leer:
«Cuentos para mi hijo y un gato»
Aburrido por no tener qué mirar desde la ventana, bajó a la calle y lo chafó un camión. Así es la vida.
Fotografía: Willy Ronis, Paris, 1955
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