No hagas a los demás, aquello que no quieres que te hagan a tí.
Me sorprende ver atribuir esta frase a Jesús de Nazaret, si bien según algunos autores, Cristo hizo su versión positiva de la misma, sugiriendo como forma de conducta, hacer a los demás lo que te gustaría que te hicieran. Pero la poca credibilidad de los evangelios tardíos (se escribieron muchas décadas después de la desaparición del maestro), convierten esas autorías en algo incierto.
También se suele atribuir el aforismo a Confucio, entre cuatro o cinco siglos antes. Últimamente, se estudia su origen entre las enseñanzas del Vedanta, (Rig Veda), entre mil y mil quinientos años más antiguas, y sus menciones y relaciones con las leyes del karma (que por supuesto, también cuestiono)
Otros evangelios, más allá de las posibles enseñanzas que puedan ofrecer y de su originalidad o no, hacen afirmaciones atrevidas que más me parecen fruto de las propias fantasías del evangelista, que auténticas palabras de Jesús que dudo mucho, hoy reafirmara.
Y Jesús, respondiendo, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos.…
Pero ni roca, ni piedra, ni ladrillo cocido al fuego. La piedra con que construyeron sus catedrales, no les representa. Resultó ser un triste ladrillo de adobe, formado con barro sucio y poca paja. Eso sí; sus seguidores siguen creyendo que tienen las llaves del cielo, lo que les permite hacer como aquel otro innombrable: Tenerlo todo atado y bien atado.
Y esas llaves y esa cuerda, les proporcionan pingües ganancias. Mientras tanto, siguen entiendo mal o a su perversa conveniencia, las palabras de su maestro cuando dijo (si es que lo dijo):
Dejad que los niños se acerquen a mí.
Y estas cosas, así como otras semejantes, son las que han hecho de este humilde gusano, un incrédulo total que, no por ello, cesa de preguntarse muchas cosas. Por mi cabeza siempre resuena aquello del para qué sirven los valores morales que proceden de lo religioso. ¿No serían más que suficientes los éticos? Creo que es la hora de reconvertir los templos, en bibliotecas. Serían hermosos edificios de conocimiento. Los ministros de Dios, conforman el ministerio más fracasado que conozco. Pompa y boato con el que alimentan sus egos. Pienso que el mejor altar desde donde celebrar lo sagrado, o aquello que entendemos como sagrado, no es una piedra en forma de mesa en lugar prominente dentro de un templo, sino en el interior de ese órgano de materia blanda que soportan nuestros hombros.
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