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Nací 100 años demasiado tarde y moriré 100 años demasiado pronto.
Es una forma de expresar cierta disconformidad con la época que me ha tocado vivir y también esconde un doble deseo de una vivencias que nunca podrán cristalizar. Si a un ser humano se le concediera esa amplitud temporal, la riqueza de sus vivezas sería envidiable.
Por supuesto que si a esa cifra le añadiéramos un cero o incluso dos ceros, entonces estaríamos ante un tratado de historia vivo. Un ser que llevaría en su mente, la totalidad del Pleistoceno, el paso de nuestra condición cazadora y carroñera hacia la recolección, el nacimiento de la ganadería y agricultura, el nacimiento de los imperios, el nacimiento de la época industrial... mucha más historia.
Me resulta fácil imaginar esta fantasiosa posibilidad, pero la incertidumbre se me apodera, cuando intento mirar hacia la línea temporal del futuro. Pienso que los 100 años de extensión que me autoproponía seguramente serán difíciles, aunque posiblemente estén repletos de avances científicos y tecnológicos. Pero, me repito a mí mismo, serán difíciles.
¿Acaso no lo fueron los anteriores, los del pasado? —me pregunto.
Pero no sé por qué razón, cuando quiero ir más allá, añadiendo un cero y avanzando un milenio, ya no veo tanto brillo, ni tanto progreso. Y si añado dos ceros, diez milenios, ya no veo nada. Y entonces, la pregunta que me surge es:
¿En qué nos habremos convertido?
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