Hoy es un día triste.
Desde aquel 14 de Abril de 2006, a la postre festividad de Viernes Santo, en que vi morir a la maravillosa mujer que me trajo a este mundo. Tomando su fría mano entre las mías, después de 24 meses crueles, sufriendo las consecuencias de un ictus que la dejó sin movilidad alguna en las extremidades de un lado. Sin habla ni capacidad para responder a simples preguntas binarias (si o no) se fue de este mundo sin poder pronunciar palabra alguna.
Desde entonces, esta festividad, aunque no coincida con el día del calendario, es para mi el aniversario de su fallecimiento y me invade la tristeza. No es su muerte lo que me entristece, porque al fin y al cabo, sabemos que se trata de algo inevitable. Lo duro y de difícil soportar es que solo yo estuve presente. Y la incapacidad de poder, siquiera, interpretar una última mirada suya, o escuchar una última palabra, duele aún hoy, 17 viernes santos después, como un martillazo en el centro del pecho.
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