Desde que, en 1859, Darwin publicó su célebre obra “El Origen de las Especies por medio de la Selección Natural”, un rasgo del comportamiento humano ha constituido un auténtico desafío para la Biología Evolutiva. Nuestra especie es capaz de formar grupos muy numerosos de individuos que cooperan estrechamente entre sí, hasta el punto de sacrificar sus intereses individuales en aras del bien común. ¿Cómo es posible que la Selección Natural, que prima el comportamiento egoísta, haya dado lugar al altruismo humano? Para dar respuesta a esta pregunta, Darwin enunció lo que hoy en día se conoce como “Selección de grupo” y expresó su convencimiento de que lo que une a los grupos humanos no era el compartir genes, sino valores e ideales. Además, también pensaba que el amor a los demás había jugado un importantísimo papel en la cohesión de los grupos humanos a lo largo de su historia evolutiva. Las ideas de Biología evolutiva, como las propuestas por Darwin, deben ser contrastadas a la luz del registro fósil de la evolución humana…pero ¿acaso fosiliza el amor, o los valores? En una pequeña cavidad de la Sierra de Atapuerca se encuentran algunas de las claves para responder a nuestras preguntas. Profesor Titular del Área de Antropología Física de la Universidad de Alcalá. Director de la Cátedra de Investigación (HM-Hospitales – Universidad de Alcalá) de Otoacústica Evolutiva y Paleoantropología. Co-Director del Centro de Investigación (Universidad de Buenos Aires) Francisco Javier Múñiz para el Estudio de la Evolución Humana y de los Ecosistemas.
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