2/1/24

Invierno

De poco va a servir reconciliarse con el mundo, si no te reconcilias primero contigo mismo. Miras tu rostro en el espejo y percibes como tus orejas y nariz han crecido. Percibes también, como aquella mirada saltarina, ahora parece más inmóvil, un punto triste. Esa impresión se acrecienta porque tus párpados ahora más abultados también parecen caídos. Las pequeñas heridas, cuando te afeitas, cicatrizan mucho más lentamente, los golpes dejan marcas más duraderas. La cama te llama más pronto y te apetece cenar más temprano. Te cuesta soportar la postura en el sofá y la televisión te aburre. Posiblemente, está llegando el invierno de tu vida. 
Sería un atrevimiento por mi parte decirte que debes y que no debes hacer. Tampoco lo que pienso hacer yo, pues no soy un ejemplo para nada. Pero aun así, me parece tener la suficiente certeza para insistir en la importancia de las reconciliaciones.
Es ahora cuando nos damos cuenta de que este viaje es muy corto, pero lo suficientemente extenso como para haber perdido afectos por el camino. Quizás ni siquiera tengas ya oportunidad de recuperar nada, pero puedes perdonarte por ello. De aquel amigo que perdiste y se fue sin poder recuperar la amistad o solucionar el malentendido, ya no te culpes. Perdónatelo. En su lugar, incrementa otro afecto. Inténtalo con aquellos que aún están ahí, cerca de ti, quizás también viviendo su invierno. Y si en cualquiera de los casos, no hay recepción por su parte, no te preocupes y siéntete satisfecho por haberlo intentado.
Vivir es una obra de arte y es, en el invierno de la vida, cuando escoges el marco que contendrá la obra y también es cuando, con esmero y cariño, te dispones a firmarla. Y quizás no sea mala idea, repasar y realizar algún retoque, por pequeño que sea.
Apartar la nostalgia; y en su lugar, llenar el espacio con gratitudes. Agradecer lo vivido y agradecer lo sufrido que tanto nos ha enseñado. Agradecer lo aprendido. Agradecer a tu cuerpo que tanto te ha soportado.
Recuerdo ahora a un monje que conocí en Menorca. Un monje zen. Entonces yo era muy joven aún como para entender. Me dijo:
No te quejes nunca, si no eres capaz de hacerlo cantando y con versos rimados.
Reconciliarse con el mundo y con uno mismo es comprender que la única perfección que tenemos es la de saber cuan imperfectos somos. Sacude tus nostalgias, sacude tus penas, perdónate, sé feliz. Que el invierno te sea provechoso, amigo.


Este es un post recuperado (417 palabras) que ya publiqué en
otro blog que pasó a mejor vida (...vaya, con el eufemismo)
He pensado que era bueno traérmelo aquí.
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