Que callado lo tenía aquel maldito camello humeante en la comisura de los labios. Aquel asqueroso cilindro de papel envolviendo ese veneno que te mata en silencio haciéndote creer importante y un macho elegante.
La mente es muy potente. La mejor máquina del tiempo que existe. Basta un resfriado para detonar una explosión de vívidos recuerdos que te trasladan hasta aquella terrible sala postoperatoria, después de una extirpación orgánica. Las dos terceras partes de un pulmón se habían quedado en un laboratorio de biopsias y ya nunca más formarían parte de mí. Entre aquella masa informe de tejidos blandos, una parte, de nombre neoplasia y apellidado tumor, eran exiliados de mi cuerpo, para procurarme vida añadida.
Doce años después, y de haber sufrido también, como muchos, la experiencia de un virus pandémico, un simple resfriado se hace fuerte debido a la insuficiencia ocasionada en aquel entonces. Ya curará; más despacio, pero curará.
Y la máquina del tiempo sigue funcionando y retrocede mucho más. El camello humeante me proyecta hasta aquel tiempo triste, pero creativo y de nuevas oportunidades, después de un divorcio a los treinta y ocho. Eran los años 80', finales. Tiempo de pantalones anchos de tubo y de trincha alta. Tiempos de gabardinas largas o abrigos más largos aún. El tiempo en que descubrí que las gorras new-boys me gustaban y me hacían gustar. Aún hoy me acompañan, aunque ahora da lo mismo si gustan o no. Son solo el sustituto del pelo que ya no está.
Aquella fue, como decía, una época triste. Nadie que se siente padre gusta de vivir lejos de sus hijos, de mi hija. Y no lo hice bien. Billar, discoteca, amores de superficie. Pero, por otro lado, nunca fui mejor fotógrafo que entonces, tampoco nunca, mejor profesional.
Ahora todo queda lejos. En una orilla del río de la vida, a la sombra del árbol de las reconciliaciones, viendo pasar las aguas tranquilas y los cadáveres de los enemigos interiores. Mientras, aplico paciencia para curar el resfrío y escucho a Phil Collins.
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Batalla. Manera de deslligar amb les dents un nus politic que no hi ha manera de desfer amb la llengua.
(Ambrose Bierce. El Diccionari del diable.)
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