Este era el cielo que he podido observar y registrar esta madrugada, poco antes de que saliera el Sol. Mamatocumulus teñidos de un color salmón que parecían un telón que se elevaba para dejar paso al nuevo día. El día de la investidura.
Quizás, mammatus enrojecidos por vergüenza. La que solo los sinvergüenzas patológicos pueden dejar de sentir, ante el espectáculo de una derecha cada vez menos divisible entre la supuestamente moderada y la recalcitrante y extrema; peligrosamente extrema. Ya solo una, como aquel eslogan franquista que tanto añoran.
Siguen azuzando las brasas, de forma un tanto velada, pero que todo el mundo puede entender. Siguen alentando manifestaciones que, digan lo que digan, prefieren cuanto más violentas mejor. Continúan armados, catapultadores profesionales del insulto y la descalificación. Cualquier cosa vale bajo el escudo de ser oposición en un sistema democrático que hace aguas desde babor a estribor, agujereada por jueces con escarpa y martillo.
Podemos hablarlo, podemos comentarlo, tertuliar y vocear, pero si no hacemos algo, esto irá creciendo y cuando queremos darnos cuenta, como suele decirse, ya se nos habrá ido de las manos. Nos esperan cuatro años, quizás menos, pero años de «más de lo mismo», es decir; bronca, y muy posiblemente contenedores ardiendo en las calles.
La única parte positiva que veo en los acontecimientos es la nitidez que ofrece para poder ver con toda claridad la España que tenemos.
Mientras «las señorías» estén votando, a mí, y no sin pasar por el Centro de A.P. tres veces solicitándolas, me pincharán las vacunas. Serán dos: gripe y covid. Mucho me temo que no estaría nada mal, añadir la de la rabia.
Espero que mañana, vuelva a salir el Sol. La cámara, aunque solo sea la del teléfono, siempre está a punto. ¡Suerte; a todos!
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