Hacia donde unos van, otros vienen. ©Ricard Pardo
Hablar de lo político y más aún discutir o debatir sobre sus asuntos, acorta la vida, aumenta el azúcar en sangre, produce insomnio, aumenta la tensión arterial y en ocasiones es causa de depresión.
Pero para mí, lo más grave, es que, por regla general, sirve bien poco o directamente, para nada. Y, sin embargo, parece que es el deporte de mucha gente. Por regla general (y, por lo tanto, sospechosa de error) es la ocupación favorita de aquellos que luego en su día a día son incapaces de coger un papel del suelo y depositarlo en la papelera más próxima (por poner un pequeño ejemplo de ciudadanía activa).
Es muy comprensible y nada faltado de lógica, que en determinadas épocas, bien sea por estar en periodos electorales próximos, sus campañas o bien ante determinadas circunstancias, se produzcan diálogos e intercambios de pareceres. Pero eso no tiene nada que ver, con el constante y patológico ruido de matraca diario, recurrente, repetitivo y cansino del "métome en todo" como si de tertuliano televisivo profesional se tratase.
Tengo la impresión de que se trata de alguna alteración psicológica, alguna forma obsesiva que esconde alguna incapacidad o alguna tensión mal resuelta.
En cualquier caso, me felicito y os agradezco por el hecho de que aquí rara vez se hable de cuestiones políticas, por bien que, sin duda, alguna persona se aburra o lo eche de menos.
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