Hay poetas que no usan las palabras. Ellos utilizan el sonido. Ryuichi Sakamoto era uno de ellos.
No me cuesta reconocer que Sakamoto alimentó mis emociones en los momentos más duros que me ha tocado vivir. Era yo quien le buscaba en esos momentos.
Sakamoto ha trabajado hasta los últimos momentos, frenado e impedido por el maldito cáncer.
Como me gusta decir; aquellos seres humanos, que además son personas, no mueren. Se desvanecen.
Su esencia se extiende como lo hace el humo de una barita de incienso por una habitación.
Sakamoto quizás viaje ahora hasta el silencio. Quizás ya solo sea eso: silencio.
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