30/8/21

Huríes

Fueron unas escasas centésimas de segundo. Sus sentidos apenas pudieron captar aquella luz cegadora, ni el instantáneo incremento de una temperatura de miles de grados, ni la brutal onda de sonido. Por supuesto tampoco pudo registrar la más mínima sensación de dolor.
Sin embargo sufrió. Mucho. Durante bastante tiempo; pero eso fue antes del instante fulminante.
Se suele escuchar ese aforismo que afirma que el dolor es inevitable pero el sufrimiento es optativo.
Esta vez fue precisamente todo lo contrario. El dolor fue imperceptible a pesar del estropicio orgánico, pero el sufrimiento era y fue inevitable, intenso y agobiante.

La noche anterior fue interminable y en su mente se mezclaba el miedo y las promesas recibidas desde siempre. En medio de los sudores de ansiedad, en aquella noche calurosa, recordaba las reuniones en la mezquita. Recordaba al imám afirmando que en el Corán se decía que «Ciertamente para los justos habrá un cumplimiento de los deseos (del corazón); jardines encerrados y vides y mujeres voluptuosas de la misma edad»
Le explicaban que serían 72 y en estado virginal y enfatizaba sus enormes ojos amorosos de tierna mirada. Tal era la recompensa, entre otras, para los combatientes de la yihad.

Era joven y como se suele decir, no había conocido el placer de la carne, mas allá de ciertos escarceos con una prima mayor que él, pero poca cosa en definitiva. Todo estaba por hacer y las promesas del imám eran su máxima fantasía.
En su ignorancia llegó a preguntarle al yihadista que le colocaba el cinturón, como podría amar a las huríes (doncellas vírgenes del paraíso) si todo su cuerpo quedaría destrozado con la explosión.
La respuesta tuvo la categoría de estupidez propia y adecuada a la estupidez de la pregunta:
Los ojos de este mundo infiel, creerán ver tu cuerpo destrozado, pero un segundo después tu comprobarás como sigue intacto, por la gracia de Alláh, bendito sea su nombre.

Algo permaneció en la consciencia de Jamshid tras la desintegración, porque un instante después de la explosión, algo parecido al recuerdo de una luz cegadora permanecía en no se sabe donde. Lógicamente no podía ver, no podía sentir y sin embargo un remanente de consciencia estaba presente.
Pero esa luz cegadora se fue apagando al mismo tiempo que en la oscuridad que iba apareciendo, podía ver destellos de unas luces azuladas que parecían volar hacia un punto muy luminoso y lejano de un color índigo igualmente muy brillante. Y esa consciencia remanente le permitió identificar esas luces; no eran otra cosa que los espíritus de las personas que volaron por los aires a causa de su acto cometido en la supuesta defensa de un Islam, atacado por no se sabe quién o la defensa de un profeta que llevaba siglos en la presencia del Más Alto.
Posiblemente esas luces, sin embargo, no eran otra cosa que una sub-manifestación de algún sentido de culpa.

Cuando las últimas luces azules se perdieron en aquel lejano punto brillante, algo que no queda más remedio que identificar con Jamshid, empezó a preguntarse porqué no podía ver, ya no al arcángel San Gabriel, no; a nadie. Por lo menos algún ángel que le diera la bienvenida; nada. Ni siquiera el ángel de la muerte que mencionaban las Escrituras; nada.
Solo percibía oscuridad, silencio, negrura. Y esa envoltura, parecía hacerse cada vez más densa, viscosa, pesada. Le envolvía algo parecido al barro. Aún tuvo tiempo de pensar si se trataría de una especie de iniciación que daría paso inmediato a la aparición de los jardines y vides y sus ansiadas 72 doncellas. Fue su última remanencia. La consciencia o lo que quedaba, se fue apagando en la nada. En el vacío mas absoluto. No había recuerdos, no había túnel de luz para él, ni parientes antecesores que le dieran bienvenida alguna a lugar ninguno; nada. Solo esa espesa oscuridad cuya sensación muy parecida a un frío húmedo en lo físico y a una frustración en lo emocional, también estaba desapareciendo. Finalmente solo quedo la ausencia de algo, la nada, el vacío.

En los alrededores del aeropuerto de Kabul, finalmente procedieron a limpiar los restos. Alguien encontró la parte de una mano que llevaba cogida con cinta americana, un interruptor y unos centímetros de cables eléctricos quemados.
Un soldado americano exclamo: May he fuck and rot in hell. !! (que se joda y pudra en el infierno)

Otro pensó: Ni siquiera eso.

28/8/21

What is

©Ricard Pardo

 ¿Qué es lo que es? —me preguntan cuando observan la imagen.
Déjate llevar —es lo que obtienen por respuesta.
No convenzo.


Las mentes analíticas de los observadores se entretienen en intentar una identificación con algún posible paisaje, visto en un determinado momento, en unas determinadas situaciones.
¿Será posiblemente el lento ascender del astro madre? O por el contrario ¿se tratará de su ocultamiento al final de la tarde?
Mientras yo me digo en mis adentros —Y qué carajo importa… — Un agudo espectador entra en escena inquiriendo la posibilidad de otro astro.

¿No será la Luna? —propone dubitativamente, mientras busca afirmaciones en las miradas de sus compañeros. Casi de inmediato surge la idea de que ese semicírculo es demasiado dorado para ser la reina de la noche y se encadena un debate sobre esa posibilidad en donde no tarda en aparecer aquellas mal entendidas ideas de luna de sangre, luna semi eclipsada y otras linduras parecidas.

Se impone una explicación:
Estamos ante un bocadillo. La parte más sustancial de la receta, como en cualquier bocadillo que se precie, está situada entre dos rebanadas. Y no es otra cosa que un simple círculo blanco con un cierto desenfoque gaussiano. Ni Sol, ni Luna, ni astro alguno; un simple círculo blanco.
La parte exterior del bocadillo lo componen dos imágenes a modo de rebanadas de pan. La rebanada superior es un paisaje de un horizonte muy oscuro al que le he borrado el cielo en algunas partes, conservando otras.
La rebanada inferior es un cielo sin horizonte alguno de un atardecer tardío; es decir, cuando ya no se ve sol alguno.
Pero…¿porqué no se aprecian detalle alguno en el perfil del horizonte o formas mas definidas en las nubes? —pregunta un alma curiosa, con los ojos clavados en los míos y abiertos como los de un búho.
—Querido amigo, los catalanes, cuando hacemos un bocadillo, tenemos la costumbre de untar las rebanadas con tomate refregando el tomate en la superficie del pan al que también añadimos aceite. Posiblemente se me han “corrido” las rebanadas.
Bien. —Pero, ¿de qué es la parte más sustancial del bocadillo?—

Entro en cólera y con un esfuerzo sobrehumano, mantengo el silencio y me despido a la francesa.

10/8/21

El retorno

®Ricard Pardo

 No hay tiempo, no hay distancia, no hay camino, no hay sonido. Todo sucede en el interior de una especie de membrana mental, encapsulado al modo y forma en que una célula lo está.

Nadie sabe en realidad, si está lejos o cerca ya que no hay una dimensión cuantificable. Sucede en un plano existencial intangible para los sentidos.

Por eso cuando volví a Thule dudé si había estado realmente ausente. Empecé a preguntarme si de verdad era un lugar o solo era una imagen. Las nubes no se movían y un astro omnipresente sobre el horizonte, jamás finalizaba su ocaso. El mismo olor, la misma sensación húmeda, la misma calidez en el ambiente, la misma luz, la misma ausencia de nadie (quizás debería decir de alguien, pero no estoy seguro)…

Empiezo a entender que retorno y partida son la misma cosa, del mismo modo que una dirección tiene dos sentidos… hasta que la dirección es tan corta que ya no es trayecto. Y entonces ya no hay sentidos.