No es, pero bien podría ser. (foto:Renfe) |
Creo que podría afirmar, con seguridad, que el recuerdo de la figura de Serafín, conjuntamente con la de mi madre enseñándome los números, son los primeros registros con suficiente fuerza en mi memoria como para llegar hasta el día de hoy, perfectamente nítidos. Se llamaba Serafín García. Un señor muy mayor que vivía en una casita en la parte sur de la ciudad. Mis padres, por aquel entonces, habían llegado a Girona (entonces Gerona) procedentes de Santiago de Compostela y anteriormente de San Antonio Abad (hoy Sant Antoni de Portmany), donde yo vine al mundo. Por aquel entonces mi padre era aún, un suboficial brigada del ejército del Excmo. General Francisco Franco. Y como tal, 12 años después de la finalización de la guerra in-civil (como diría Cartisano) y en la ciudad de la que hablamos, tenía alguna que otra innombrable dificultad para encontrar una vivienda ajustada a su economía y no demasiado lejana del cuartel al que había sido destinado. Y así fue, como fuimos a parar a la casita de Serafín García. Según me contó mi madre, décadas después, aquel señor nos alquiló toda la casa, excepto su habitación, a cambio de una módica cantidad de dinero, la alimentación y algún cuidado. Curiosamente, no quería que le lavaran la ropa de lo cual se encargaban Matilde, una hija viuda. Serafín apenas salía de su habitación y su presencia era de una discreción total. No quería comer con nosotros y lo hacía en su habitación. Para no molestar, decía; lo cual era un fastidio para mi madre, pues ensuciaba bastante su dormitorio. Mi recuerdo lo ve, sentado en el jardín de enfrente de la casa. Repleto de rosales que, claro, cuidaba mi madre y la vecina. (Aquel jardín era compartido por dos casas situadas en ángulo recto). El viejete adoraba el sol, que tomaba siempre con su gorra de ferroviario perfectamente encajada en su cabeza. Bien, de hecho incluso la llevaba dentro de casa. También vestía esa chaqueta típica con hombreras rojas. A mí, me fascinaba, él y sus cuentos que me explicaba y que ya no puedo recordar. También décadas después, mi madre me contó que un caballo de cartón que me trajeron los Reyes Magos, en realidad lo había comprado él. | Y la verdad es que no sé por qué diantres, hoy en la madrugada, entre sueño y vigilia, ha aparecido su recuerdo. Yo era muy niño y su muerte, fue el primer contacto que tuve con esa crudeza. Solo le pude ver por el espacio de su puerta mínimamente entreabierta, pero fue suficiente. Apareció muerto una mañana. Sin más. Se acostó la noche anterior y ya no amaneció. Tiempo después, murió su gato y mi hermano mayor y yo, influenciados por la primera muerte y el primer entierro, organizamos toda una parafernalia ritualera, enterrando al gato de Serafín en el jardín, bajo los rosales. Llegó un momento en que Matilde, de muy buenas maneras, tengo entendido, le pidió a mi familia que finiquitáramos el alquiler. Y así lo hicimos. Del sur de la ciudad, fuimos a parar al norte. Justo en el barrio, donde por aquel entonces estaba el Seminario y que hoy en día es la Universidad. La influencia de ese nuevo barrio, lleno de curas y seminaristas, tuvo una influencia de cierto peso en mi desarrollo. Permitidme que no entre en detalles, pero sin duda fue fundamental para que ya antes de la adolescencia, dejara de creer en cualquier cosa que vistiera sotana o parecido. Mi padre prosperó. Ascendió a oficial teniente y luego «siguiendo la cordial invitación del Caudillo sinvergüenza, opositó para ministerios. Un eufemismo de «búscate la vida que me sobran oficiales» Destino:La Delegación de Hacienda. Negociado: Renta de las personas físicas. Y fijaros como son las cosas de la vida: A los dos o tres años de ocupar su plaza de sufrido funcionario, a mi padre, el Sr. Pardo, le asignaron una ayudante. ¿Lo adivinas? —Si, sí...Matilde. ¿Tuvo algo que ver mi padre? —Sí, un empujoncito sí lo hubo. Entonces, en plena época franquista, los favores no se llamaban tráfico de influencias, ni malversación, ni carajadas parecidas. Sencillamente, el jefe del negociado, te pedía opinión y tú hacías lo que podías. ❖ |
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