En matemáticas, las ecuaciones se resuelven mediante pasos de simplificación. Esto es algo que he aprendido a aplicar en muchas áreas de la vida y especialmente en los razonamientos argumentales.
Las cuestiones sociales y políticas suelen estar enmarañadas en un gran número de variables, casi siempre teñidas por fanatismo, prejuicios, o falsas verdades; estas últimas procedentes de la opinión pública (adjetivo calificativo -pública- que comparten con las trabajadoras sexuales). Una opinión que rara vez es realmente pública (de todos) y que más bien suele ser la que dicta alguien que no suele ser nada público.
Un ejemplo está en los debates sobre la guerra de Israel. No nos pondríamos de acuerdo ni tan siquiera en cómo llamarla; menos aún en la multitud de opiniones encontradas que provoca. Ni si se trata de una lucha contra un grupo terrorista o no. Si se trata de una invasión destinada a ocupar más territorio. Si es un genocidio o no... etc.etc.
Pero en realidad, si uno matematiza la cuestión, y no se entretiene en los detalles que mayoritariamente proceden de opiniones interesadas, si simplifica la ecuación, el resultado final es claro y contundente.
Y tristemente coincidente con los dos calificativos añadidos por el portavoz de Hamás —que por muy terrorista que digan que es— dice verdades como puños:
«sionazis» y «arrogantes»
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