23/4/24

Tres espíritus


Todo apuntaba a que eran tres espíritus del bosque. Es lo que pensaban los lugareños; que se había materializado en un grupo de árboles a medio camino de lo alto de la loma. Era un bosque repleto, pero el resto de los árboles no eran mágicos como estos tres. Los lugareños aseguraban que en las tardes ventosas, como era natural, se podían ver el follaje y las ramas de todos los árboles, balanceándose mecidas por fuertes ráfagas que en ocasiones ocasionaban roturas que quedaban esparcidas por el bajo bosque. Pero aseguraban que las ramas y las hojas de estos tres, a pesar de las ráfagas, permanecían en una quietud que hacía estremecer a cualquiera. Sin embargo, Kimura, para sus adentros, pensaba —mis vecinos beben demasiado shake—

Preguntaron al monje, cómo era posible, aquella magia. El monje se despojó teatralmente de su capa raída y sucia y se abrazó a uno de los árboles y permaneció con su oído derecho pegado a la corteza. Pasaron más de diez largos minutos hasta que el viejo se movió. La intriga de los que le acompañaban se transformó en frustración cuando, vistiéndose de nuevo aquella capa raída y sucia y rascándose la oreja, simplemente dijo:
No pasa nada; los muertos nunca mueven ni una pestaña. 

La expresión de asombro entre los presentes, recordaba a las de los actores del teatro Kabuki y se incrementó aún más, cuando aquel viejo chamán les propuso una explicación extendida, después de la puesta del sol, en la choza principal de la aldea. Había una condición: Que organizaran una buena cena en la que no debía faltar su shake favorito. 

Kimura era el único soltero del pequeño poblado. Un joven despierto e inteligente que desconfiaba del monje, del cual, tenía el total convencimiento de que era un sinvergüenza que trataba de vivir a costa de los crédulos. Nunca había conseguido una curación destacable y sus rogatorias para la lluvia, jamás ofrecían un resultado satisfactorio. Eso sí; cada mañana, en la puerta de su choza, no faltaba el cesto donde se esperaba que aquellas buenas gentes depositaran presentes, limosnas y viandas apetecibles. 

Cuando Kimura se presentó en la reunión, sudoroso y con el hacha en la mano, todos volvieron a mostrar aquellas caras de asombro como máscaras de teatro

—Tenías razón, monje. Los muertos no mueven ni las pestañas. Por eso, ya que estaban muertos, los he cortado. Ya no hay magia. No he visto espíritu alguno ni nada que se parezca y en cambio, he visto un buen montón de leña para calentar las chozas de los ancianos. Hoy no habrá shake en tu barriga. Quizás mañana, si nos ayudas a recoger la leña.—
Nika, la única soltera de la aldea, a pesar de su timidez, no pudo reprimir unas risitas nerviosas.

El monje, muy inquieto y con rostro desencajado, tratando inútilmente de convencer a alguien, solo atinó a decir:
Pero las hojas no se movían con el viento...
—Ahora tampoco, aunque te aseguro que se movieron con los golpes del hacha—replicó Kimura.


Pequeño relato rescatado y trasladado desde mi otro blog.

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