Creo que los primeros síntomas fueron evidenciándose paulatinamente. El primero de ellos, posiblemente, era aquella actitud dudosa en el momento de salir de casa. —¿Qué cámara me llevo?—Solía preguntarme y en ocasiones, ante la puerta del ascensor, retrocedía para entrar otra vez en casa y cambiarla.
Luego fue llegando la fobia hacia la exposición en los fotoblogs. Me molestaban esos comentarios insustanciales que llegaban desde diferentes partes del mundo y que no me aportaban nada. Y no porque fueran críticos, al contrario; eso es lo que hubiera querido. Pero abundaban poco. Los que abundaban parecían mantras en boca de monje: Beautiful colors, amazing, awesome image... Todos ellos con la clara intención de ser correspondidos y escasos de sinceridad. De vez en cuando alguna pregunta o el reflejo de alguna opinión desacorde con las fotos editadas. Casi siempre lo mismo. Cansa.
Han sido muchos años y gran parte de ellos dedicados -lo digo humildemente- a enseñar o quizás deba decir iniciar a personas que me ofrecieron ese privilegio. Algo más de un cuarto de siglo como profesional con tienda, estudio y laboratorio. Eran aquellos tiempos en que un fotógrafo tenía que saber, cuanto más mejor, de todo. Un día estabas cubriendo un reportaje de boda y al siguiente estabas fotografiando piezas minúsculas de reloj o realizando bodegones publicitarios de una pastelería industrial. Dos días después, te llevabas tu set de iluminación a un domicilio para hacer una hermosa y discreta fotografía de una joven mamá, dando el pecho a su bebé.
En ocasiones la jornada no daba de sí y te ibas a casa a medianoche apestando a hiposulfito de sodio, después de unas horas en el laboratorio.
Cuando me jubilé y dispuse de tiempo "a porrillo" me sentí como en una nube. Por fin, podía fotografiar lo que y como me apetecía. Era como un reencuentro con aquella vibración de la juventud, cuando era un simple aficionado, entusiasmado e inquieto.
Desgraciadamente, duró menos de lo previsto. La salud empezó a ponerle vallas y puertas al campo. Al principio, las puertas se podían abrir fácilmente, pero con el tiempo, ya no abren fácil y las vallas son difíciles de saltar.
Pero debo reconocer que hay mucho amor hacia este invento que es catalogable como de los que "cambió la humanidad".
Tengo muy pocas ganas de llevar la cámara encima, la actitud ha cambiado. Y es algo que sorpende a los que me han visto prácticamente toda la vida con ella colgada. Ya no hay espíritu de cazador-recolector de imágenes y lo poco que hago ya no siento como antes la necesidad de compartirlas. Y no es porque no me satisfagan; sencillamente prefiero volver —como decía— al espíritu fotográfico que viví en los años sesenta. Las escogidas no aparecerán ni en Facebook, ni en Instagram, ni el fotoblog alguno. Unas pocas en Tumblr y en vez de esa exposición social, que ahora me parece estéril, prefiero gastar mi dinero y hacer copias físicas en papel y en formatos dignos. ¿Qué haré con ellas? —Aún no lo sé.
Y mientras, he descubierto otra pasión relacionada: El estudio de la fotografía como fenómeno antropológico. El análisis de autores, el estudio de las tendencias, las definiciones gráficas que nacen según las diferentes sociedades y culturas. Me pregunto si todos estos años no habrán sido más que la preparación para este capítulo final. Al fin y al cabo, la vida hace lo mismo… creo.
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