Once mil años son más que suficientes para demostrar que la creencia en dioses, sean muchos o uno solo, sirve bien poco para perfeccionar la conducta humana. Durante la mayor parte de ese tiempo, las creencias y su cristalización en la forma de las diferentes religiones, hizo su trabajo. Más bien mal, que bien, pero lo hizo.
Sería injusto no reconocer que tanto el fomento del temor a una condenación, como su contrario, el esperanzador consuelo de un premio en la otra vida, han jugado un papel importante. Pero el desarrollo de las ciencias y la extensión de un cierto conocimiento empírico, a niveles más populares, ha despertado otra forma de consciencia sobre nosotros mismo y nuestra naturaleza.
Hoy, nos resulta más fácil reconocer el talón de Aquiles del fenómeno religioso. El acceso a una información más universalizada, nos permite ver sus falsedades, sus podredumbres y nos muestra con toda clase de evidencias, como los sistemas religiosos implosionan desde sus instituciones, puesto que son organismos humanos y, por tanto, sujetos a la miseria de nuestra condición. No hay más que ver —solo por poner un ejemplo— la escandalosa presencia de la pedofilia en el seno de ciertas confesiones; las mas extendidas en el mundo.
Y es actualmente, pensar en la idea de un dios antropomórfico que se pone en contacto con unos determinados seres humanos, para encargarles la tarea de escribir unos libros, mediante los cuales deben ser conducidos y regidos, es bastante infantil. Ni siquiera el budismo que se declara "religión sin dios" es capaz de escapar a esta estructuración. Pero, son muchos los que ya no pueden comulgar con este formato.
Perfeccionar la conducta humana, hacerla más armoniosa y sincrónica con lo que deberíamos esperar, solo necesita escuchar o leerse así mismo, puesto que el libro de enseñanzas, lo llevamos escrito en nuestra propia consciencia y sin necesidad de influencias externas. Es más; se emborrona con las influencias externas. Hace muchos siglos un hombre percibió que el camino de la perfección transitaba por comulgar con lo que nos parece bueno, lo que nos parece bello y lo que nos parece verdadero.
¿Podemos malinterpretar cualquier de estos valores? —Por supuesto que sí, pero tarde o temprano, como si se tratara de una ley inmutable de la física, las interpretaciones siempre se reconducen.
Y para que esto sea posible, no necesitamos, ni a dioses, ni a sus supuestos ministros.