6/2/24

Cangallas

Este día 7 de febrero es la onomástica de mi padre. Se llamaba Ricardo y hace 32 años que ya no lo puede celebrar. Si, efectivamente, eso quiere decir que también es la mía, aunque dicho sea de paso, yo no me llevo bien con los santos. Así que, celebro el día en homenaje a mi padre; en su memoria.
El caso es que revolviendo en los cajones de los recuerdos, me ha venido a la mente una cuestión que en su momento me tuvo inquieto hasta que pude resolver la incógnita. Y es que...

En 1957 ocurrieron tres cosas:

  1. En mi familia cambiamos de domicilio 
  2. Conocí a mi abuela
  3. Los rusos lanzaron el Sputnik.

El nuevo domicilio

Aquellos tiempos eran muy diferentes. Vivíamos en una casita en Girona (entonces GErona) justo al lado del estadio campo de futbol, realquilados compartiendo con un jubilado que había sido un "oficial" de la Renfe. Un día lo encontramos muerto y mi madre ya no se sintió cómoda nunca más. 
Así pues, nos fuimos a vivir a un piso cerca del seminario, que durante unos años, fue uno de mis lugares de recreo favorito. Me colaba tratando de no ser visto por aquel inmenso edificio lleno de pasillos salones y habitaciones tipo celda. No en balde durante la Guerra Civil, había sido una prisión y donde se habían ejecutado "algunos rojos". Me llevé más de un tirón de orejas, pero al final conseguí una cierta complicidad con el portero. Un tipo aficionado a la fotografía que coleccionaba miles de diapositivas. ¡Que tardes, las de aquellas vacaciones veraniegas!

La abuela

Viño da Galicia profunda e antiga. Aquella mujer menuda, llegó a la estación acompañada de mi padre que la recogió en Barcelona. Me impresionó tanto que unos años más tarde, cuando aprendí el significado de ancestro/ancestral, para siempre asocié esa palabra con la imagen de la abuela. Menuda, vestida negro de los pies a la cabeza, con un gran pañuelo cubriéndole las canas que siquiera asomaban. En los pies, zuecos de madera. Ojos profundos de un azul grisáceo hundidos en las cuencas. Arrugada y con una voz débil y rasgada. Había parido once hijos, de los cuales solo una, fue mujer.
Me conoció cuando estaba por cumplir ocho años, mientras que ella se acercaba a los noventa. 
La dulzura de aquella voz y su conversación siguen frescas en mi memoria. Cuando me vió dijo:
Poderías meter a man no lume, o neno é un cangallas feito e dereito.

Cangallas

La palabreja se las traía. Era tema de charla de vez en cuando. Y aunque mi madre me explicó que era el remoquete (en catalán "malnom") por el que se conocía a mi familia en aquellas tierras celtas, donde como en Irlanda, abundan los pelirrojos. Ni siquiera mi padre tenía demasiado claro a qué demonios respondía eso de llamarnos cangallas en aquel pueblo que no llegaba a los 100 habitantes (no sé, ahora). O no lo sabía o no le gustaba hablar de ello, que también puede ser. 
Resultó y eso lo supe ya de madurito, y gracias a un primo, que mi bisabuelo, era el único tipo del pueblo capaz de arreglar, restaurar y arreglar las cangallas. 
Pero, ¿qué es una cangalla? - Pues resulta que es esto:


El Sputnik

¿Y qué tiene que ver el Sputnik, con los cangallas? 
Nada, la verdad. O... casi nada. Es para situarse en la época. Los rusos lanzaron ese primer satélite de la historia aquel Octubre. Un artilugio esférico de unos 55 cm de diámetro,  con unas antenas. El portero del seminario (se llamaba Manolo) me explicó que se podía escuchar un pitido intermitente y yo como un imbécil, me pasé horas con una radio de onda corta, tratando de escucharlo. Pero a veces, así son las semillas de las futuras inquietudes.

Noxeus el Cangallas         




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