Hoy cumplo exactamente cincuenta días de vida más, de los que tuvo la oportunidad de vivir mi padre. Claro que gracias a él, no tuve la infancia ni la adolescencia horrorosa que mi abuelo le hizo pasar. Ni tuve que alistarme muy joven en un ejército, el único modo a su alcance para poder aprender a leer y escribir. Ni tuve que pasar tres largos años de una guerra fratricida. Ni tampoco sufrir una guerra ajena en el frente ruso, en aquella División Azul, |
de la cual aún hoy una cantidad ingente de imbéciles siguen creyéndose aquello de que "todos fueron voluntarios". Ni volver a casa con metralla en la espalda y un dedo inútil y finalmente conocer a su primer hijo, mi hermano mayor, que había nacido en su ausencia. No sé cuanto tiempo más podré añadir a este logro de mi biología, pero al pensar en esto, me he dado cuenta de que a pesar de que estábamos muy unidos, jamás se lo agradecí suficientemente. Dicen que es fácil que nuestra generación tenga más posibilidades de vivir más años que nuestros predecesores, pero cuando repaso la larga lista de los amigos que he perdido, no estoy muy seguro de que esa previsión se cumpla. Quizás sea un iluso, pero también en esto creo que la calidad, importa más que la cantidad. |
Y hay un pensamiento recurrente en todo esto y no quiero olvidarlo:
Aprovechar el tiempo y dignificar en lo posible, la vida que nos quede. Con toda la naturalidad, sin quejas, positivamente y hasta el final.
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