A medida que van pasando los días, crece mi perplejidad.
Veo tanto a mentes ilustres como a menos brillantes tertulianos, a blogueros cuya persistencia es envidiable (al menos para mí), a opinadores de medios digitales, en las ondas o en la televisión, dando vueltas y vueltas a la cuestión de la guerra. Intelectuales como son (o eso se supone) desmenuzan cada cuestión hasta llevarla a niveles moleculares y se atreven con aquella eterna cuestión de las opiniones y las posturas polarizadas.
Y es que cuando alcanzas estos niveles del tamaño molecular, descubres que el ladrillo de todo, el átomo, como no podía ser de otro modo, es la cosa más polarizada que pueda existir; incluso su núcleo. Neutrones y protones. ¿Qué problema tienen esos opinadores con la polarización?
Pero en realidad, la cuestión bélica que estos días nos ocupa, puede causar polarización, puesto que hay una inclinación natural a escoger bando. Y aquí es cuando entran en juego tantas variables que podría retrotraernos hasta niveles antropológicos académicos. Ya hemos visto poner en el tablero, piezas tan ridículas como los sueños de Moisés.
Los amigos de las matemáticas, saben que el camino para la resolución de cualquier ecuación pasa por la simplificación. Y en este asunto, no es diferente.
Y mi simplificación me lleva a una conclusión muy fácil y simple:
Los hebreos, según la Biblia y sus propias tradiciones hebraicas (orales y escritas), fueron originarios de Mesopotamia. Eran nómadas, vivían en tiendas, poseían rebaños de cabras y ovejas, utilizando asnos, mulas y camellos como portadores. Siguiendo a Abraham, los hebreos emigraron hacia Canaán, la tierra prometida por Dios a los descendientes del primer patriarca. Varias tablillas descubiertas en Mari certifican frecuentes migraciones a través del Creciente Fértil.
Hoy en día a ese pueblo al que también conocemos como pueblo judío, muchos siglos después y en concordancia con tratados internacionales (ONU), post coloniales, cuyo acierto podríamos discutir ampliamente, se le otorgó un territorio para establecer el Estado de Israel que muy pronto fue reconocido por el conjunto de las naciones. Y muy pronto también, Israel empezó a depredar, arañar, y robar territorio a sus vecinos árabes.
Y lo hizo de las formas más variopintas y sibilinas. Y hasta hoy.
Todo lo que está ocurriendo, ni siquiera tiene que ver con un ajuste de cuentas con la actividad terrorista de Hamás. Y por mucho que lo disfracen de rescate de los ciudadanos secuestrados y por mucho que se pretenda relacionarlo con la geopolítica de Oriente Medio, en realidad la única cosa que de verdad se pretende es sacar a los palestinos de la Franja de Gaza e inmediatamente después anexionarla a su territorio. Y como se suele decir en español:
Todo lo demás, son puñetas
o pamplinas, como decía mi padre.
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