Sería un atrevimiento por mi parte decirte que debes y que no debes hacer. Tampoco lo que pienso hacer yo. Pero aún así, me parece tener la suficiente certeza para insistir en las reconciliaciones. Ahora nos damos cuenta de que este viaje es muy corto, pero lo suficientemente extenso como para haber perdido afectos por el camino. Quizás ni siquiera tengas ya oportunidad de recuperar nada, pero puedes perdonarte por ello. De aquel amigo que se fue sin poder recuperar la amistad o solucionar el malentendido, ya no te culpes. Perdónatelo. En su lugar, incrementa otro afecto. Inténtalo con aquellos que aun están aquí, quizás también viviendo su invierno. Y si no hay recepción por su parte, no te preocupes y siéntete satisfecho por haberlo intentado.
Vivir es una obra de arte y en el invierno de la vida, es cuando escoges el marco que contendrá la obra y también es cuando con esmero y cariño, te dispones a firmarla. Y quizás no sea mala idea, repasar y realizar algún retoque, por pequeño que sea.
Aparta la nostalgia; en su lugar, llena el espacio con gratitudes. Agradece lo vivido y agradece lo sufrido que tanto te ha enseñado. Agradece lo aprendido. Agradece a tu cuerpo que tanto te ha soportado.
Recuerdo ahora a un monje que conocí en Menorca. Un monje zen. Entonces yo era muy joven aún como para entender. Me dijo: No te quejes nunca, si no eres capaz de hacerlo cantando y con versos rimados.
Reconciliarse con el mundo y con uno mismo es comprender que la única perfección que tenemos es la de saber cuan imperfectos somos. Sacude tus nostalgias, sacude tus penas, perdónate, sé feliz.
Que el invierno te sea provechoso, amigo.
Okanuh
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