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Aquella paleta de colores.


 Ya cumple medio siglo mi relación con el entorno de las casas de Girona, sobre el río Onyar. (Cincuenta años fotografiándolas). Siempre estaban ahí. Desde los tiempos de la pre adolescencia, cuando íbamos a jugar al lado de las vías, en lo alto de aquel túmulo que las soportaba y que a su vez dividía la ciudad. Y estaban allí cuando en las primeras épocas de alterne pasábamos tardes inolvidables en los apartados con ventanales que daban al río en los bares de la otra orilla. Sí, aquellos que ya en tiempos de Franco estaban situados en la llamada "Plaza de la Independencia", desde donde podíamos ver las casas colgadas,  como testigos mudos de nuestros juegos juveniles. Verlas, trae a la memoria aquella excitación del notar el muslo de aquellas primeras compañeras del juego amoroso,  en contacto con el tuyo, en aquellos apretados sofás. 
Entonces esas casas, icónicas hoy día, eran una clara exposición de aquella decadente ciudad «fosca i gris» como la habían llamado. Llevaban posiblemente un par de siglos sin pintar y presentaban una imagen deteriorada y ruinosa. La llegada de la democracia, les dio una nueva cara. Reconstruidas, arregladas y sobre todo cromatizadas con una paleta de colores que, como no podía ser de otro modo, fue motivo de largas controversias que aún hoy en día resurgen de vez en cuando.

En un puro ejercicio de impresionismo, he fundido la paleta en indefinidas líneas ascendentes que no han querido afectar ni al puente ni al campanario. Sí, porque se trata de ausentar el detalle del sujeto principal: Las casas colgadas sobre el río Onyar. Que los dioses del arte sepan perdonarme. 

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