Jamás había visto a An'ya (mi otro) tan grave en mis sueños. Su mirada, casi imperceptible bajo aquella vestimenta que recuerda el hábito franciscano brillaba con una dulzura llena de ternura.
Pero a pesar de esa ternura, su gravedad me asustaba. Era evidente que su mensaje sería importante, quizás terminal, quizás un anuncio o algo semejante.
Qué ocurre An'ya. ¿Por qué me miras así? —le inquirí, no sin cierta ansiedad.
Su respuesta no llegaba y el silencio cortaba el ambiente como la maza y la cuña partían los barras en la fábrica de hielo o como la copa que cae, corta el viento mientras se dirige al suelo para romperse en mil pedazos. Finalmente habló:
—Deberías dejar de pensar en eso. Deberías dejar de sufrir inútilmente. Hace once años, la vida te regaló una especie de añadido para -entre otras cosas- que cumplieras con asuntos pendientes que te hacían sufrir a ti y a algunos de tus próximos. Lo has hecho y lo has hecho bien; gracias a tu empeño decidido, pero también gracias a la buena disposición de ellos.
Me quedé con la cara que se te pone cuando te abofetean. No duele lo suficiente como para que el dolor supere al asombro. Incluso el chasquido duele más que el golpe. Despiertas súbitamente y te quedas con el asombro.
—Hemos llegado hasta aquí, mi querido tú. Y como billones de seres humanos, desde los adoradores de piedras hasta los que escapan al espacio; antes que tú, han llegado y lo hemos conseguido, no sin dificultades, múltiples vicisitudes, penas y alegrías—añadió con su habitual forma de comunicarse que no es otra cosa que un susurro en la mente— Te recuerdo que tienes el activo suficiente como para tomar una decisión que te conviene no demorar. No lo hagas.
Por favor, An'ya, ¿tan grave es que tienes que montar todo este teatro? No lo alargues, el alba se acerca y pronto voy a abandonar este estado de seminconsciencia en el que nos movemos. Luego, ocurrirá como otras veces... en lo mejor del sueño lúcido, suena el despertador.
—De acuerdo, hermano. Escucha: Tienes que decidir como quieres vivir el tiempo que nos queda juntos, porque ese es el único tiempo que existirá para ti. Olvídate de cielos, infiernos, paraísos y reencarnaciones. Son solo falsas ilusiones y vagas fantasías. Tu tiempo es el que queda y debes decidir como quieres vivirlo. Tienes una disyuntiva ante ti. Puedes vivirlo lamentando lo que no hiciste, lamentando los errores que cometiste, el dolor que causaste y la mala suerte que puedas haber sufrido. También lamentando tu falta de salud y entristecido por ver como avanza tu deterioro con el paso de los días. Puedes hacer eso y otras idioteces parecidas, pero también puedes tomar la otra decisión de la disyuntiva. Puedes empezar a absorber la belleza de cada minuto, sonreír a cualquier persona que se cruza en tu camino y a cualquier circunstancia que se te presente. Puedes agradecer cada recuerdo que te llega e incluso cada mal recuerdo de aquellos episodios duros que sucedieron y agradecer a la vida por haberte permitido superarlos. Puedes convertir cualquier momento de la cotidianidad en una obra de arte sumándole una emotividad de forma semejante a como el poeta lo hace con simples letras y palabras convirtiéndolas en mensajes que despiertan emociones. Puedes agradecer, cada estrella y su misterio, cada puesta de sol y cada brote floral en los campos. Puedes hacer de tu vejez y el tiempo que se prolongue, la época más rica, sentida y agradecida de tu vida. Recuerda que con el tiempo se pueden hacer dos cosas: contarlo o sentirlo. Tú decides. Solo depende de ti. Decide.
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